jueves, 24 de junio de 2010

25 de junio: "Día Nacional de la Claria"


Probablemente, el término claria, con el que se denomina en Cuba a la variedad de pez-gato conocida también como walking catfish y cuya cría apenas ha comenzado en la isla, provenga de su nombre científico Clarias batrachus. No es de extrañar que la exótica apariencia de este pez dentro la piscicultura cubana, aunada tanto a condiciones anómalas en su cría como a la evidente ausencia de información sobre la especie, le hayan granjeado notoria repulsión, incluso con respecto a su consumo. Sobre todo, si consideramos que en Cuba la "buena voluntad" gubernamental, el autoritarismo, y la ineficiencia no son más que sinónimos, y que la variedad de pez-gato introducida, con independencia de ser perfectamente comestible, tiene realmente carácter invasivo y predador. (En la nota de este último enlace su nombre científico aparece anotado como Clarias gariepinus)



En Japón, por el contrario, ni el pez-gato ni su imagen (a salvo de la variedad) son para nada ajenos: legendariamente, la causa de los terremotos se asociaba con los bruscos movimientos de un pez gato gigante (namazu) que, a pesar de ello, también podía llegar a ser benefactor de los necesitados. No he explorado a fondo el tema, pero doy en pensar que tal vez no exista otro país con tanta gráfica protagonzada por un pez-gato, etiquetada, literalmente, como namazu-e dentro de las muy detalladas clasificaciones del ukiyo-e.

Lo que probablemente pocos japoneses, y aún menos cubanos, conozcan, es que en 1987 el entonces presidente de Estados Unidos de America, Ronald Reagan, declaró el 25 de junio como el Día Nacional del Pez-Gato en reconocimiento al valor y a la tradición del cultivo de la especie en el país. Algo que, para el caso cubano, podría constituirse en el "Día Nacional de la Claria", si es que al gobierno de la isla, que tantas fechas de tan escaso valor proteínico celebra, se le ocurriera considerar algo parecido. En la declaración se elogia al pez-gato como de gusto delicado y fuente de proteínas bajas en calorías y en colesterol y se llama al pueblo de los Estados Unidos a la observancia de este día con ceremonias y actividades apropiadas. En realidad, no imagino cuáles puedan ser éstas, si es que en verdad se celebran, pero, de seguro, la degustación del pez-gato estará entre ellas, aunque, de acuerdo con algunas leyes del Estado de la Florida probablemente entre las variedades no se encuentre la claria.

*El título del post es, por supuesto, una broma a partir del National Catfish Day en los Estados Unidos de América. La imagen que lo encabeza está tomada de la página de la Séptima Asamblea de la Comisón Sismológica de Asia y Sociedad Sismológica de Japón. La nota que le acompaña aclara que después del terremoto de 1885, en Tokio, numerosas estampas de terremotos y peces-gatos estuvieron circulando, y que en este grabado, que pertenece a los archivos del Instituto de Investigación de Terremotos de la Universidad de Tokio, puede verse a Kashima, Dios de los Terremotos, presionando un gran pez-gato con una piedra, mientras que peces-gatos más pequeños que causan terremotos piden disculpas a la deidad. Una estampa que, según advierte el texto, circulaba como amuleto para aquellos que temían de los terremotos.

martes, 22 de junio de 2010

Tokonoma


¿Qué cosa es el tokonoma? me preguntaban insistentemente, en Cuba hacia la segunda mitad de los años ochenta, mis amigos escritores. El motivo no era otro que la mención del término en el poema de José Lezama Lima “El pabellón del vacío”; aunque la causa, más allá de mi estudio de esos temas, era la escasísima bibliografía sobre cultura japonesa en las bibliotecas de la isla y, en general, sobre la del Este de Asia; nula, podría decirse, si la remitimos a todo lo que de cultura visual y material se había generado en esas áreas culturales desde el período moderno.

Tanto por la relación espacial como por la noción de vacío, en el poema, Lezama considera el tokonoma a partir únicamente de su carácter de vano u hornacina, muy probablemente dentro del espacio de la “casa del té” (chashitsu) y, acaso, dentro del propio ambiente de la “ceremonia del té” (chanoyu), ambos íntimamente asociados con el budismo zen; la uña horada la pared, la mesa, un papel de seda, el borde de una taza, el cielo; abre un nicho diminuto que pasa de ser ese pequeño vacío donde imaginamos refugiarnos de lo que nos rodea, de nosotros mismos, o con nuestro gozo, para convertirse en otro vacío mayor donde todo cabe, se desdobla y se asienta.

Aunque esta sublimación del tokonoma (que no es necesariamente un espacio mínimo, ni representa estrictamente lo insondable del vacío) no haya que discurrirla más allá de su excelencia poética, probablemente en su trasfondo estén lecturas como El libro de té, de Okakura Kakuzō, cuya traducción popularizara el tema en occidente, y que, junto al Bushido de Inazo Nitobe, fuera uno de los pilares para el imaginario moderno y esencialista de un Japón tradicional, apriorísticamente homogeneizado, estilizado y mitificado en reticencia samurái y en cordura zen.

Intentando responder con este post a un lector de este blog, he tenido la idea de publicar algunos poemas cubanos relacionados con Japón. Comienzo, pues, con “El pabellón del vacío”, de José Lezama Lima (Fragmentos a su imán, 1977) y con “Fuga del tokonoma”, de Félix Lizárraga (A la manera de Arcimboldo, 1999), un hermoso homenaje al poema y al poeta. El primero aparece en José Lezama Lima. Poesía completa. Letras cubanas, 1994, y el segundo en A la manera de Arcimboldo, Ediciones de Afuera, 2005. La foto que encabeza este post la tomé en julio del 2009 en el complejo del Rokuon ji (donde se encuentra el famoso Kinkakuji, el Pabellón de Oro de la novela de Yukio Mishima). En el extremo derecho puede verse el tokonoma, en cuyo fondo cuelga un kakemono; la apariencia de pared rasgada que le antecede –acaso similar a esa pared raspada por la uña en el poema de Lezama- no es más que un tronco irregular dispuesto como límite del muro.

El pabellón del vacío
José Lezama Lima

Voy con el tornillo
preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.

Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.

Tener cerca de lo que nos rodea
y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.

El principio se une con el tokonoma,
en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
evaporo el otro que sigue caminando.

Fuga del tokonoma
Félix Lizárraga.

El hombre viejo araña la cal de un muro aún más viejo.
La cal se rompe con un débil chasquido polvoriento.
El hombre viejo sigue arañando como si nadara, se vuelve en el
reverso de sus uñas un pez de oro sonámbulo, se fuga en los
espejos de la pleamar.
Los labios (¿del pez, del viejo?) murmuran una frase mordida,
«El tokonoma».
El espejo del muro le devuelve otro rostro en las espumas de la
cal que se deshace.
El pez navega soñando, majestuoso, una galera con las velas de
púrpura.
Las uñas van ahondando.
La reina va tendida entre la concha de las púrpuras, que olvidan
sus reflejos en la carne bruñida de un joven faunecillo.
El pez ondula el oro absorto de su fuga.
Las uñas van ahondando, deshaciendo la cal del muro.
El faunecillo sostiene en las dos manos un espejo de bronce.
Las uñas van ahondando.
La reina ríe, entreabre los muslos, largas cintas de seda que se
enroscan.
Las uñas en la cal.
La seda de los muslos se entreabre sobre el bronce bruñido.
Penetra el pececillo las espumas purpúreas.
Las uñas acarician el bruñido del fauno, espejo absorto, cal en fuga, oro que se deshace.
Los labios (unos labios) murmuran una frase mordida,"El tokonoma".
A los pies del hombre viejo, arañando la cal de un muro aún más viejo, cae un espejo de bronce con un débil chasquido polvoriento.
En su reverso, un pez, una galera, un faunecillo de oro en fuga.

jueves, 17 de junio de 2010

Vamos! Nippon



La Copa Mundial de Futbol de 1998 la vi en la sala de televisión del dormitorio para estudiantes extranjeros de Soshigaya, en Tokio. Se tenía por regla -en dependencia del partido, y hasta donde lo permitían las transmisiones en otros idiomas- que las narraciones de cada tiempo se sintonizaran en la lengua, primero de uno, y luego de otro de los países contendientes. De allí, recuerdo a una pareja -él inglés, ella brasileña- que, a semejanza de figurillas de adorno, entraban a la sala siempre tomados de la mano, y vestidos con la misma camiseta, de Inglaterra o de Brasil, en dependencia de la selección que jugase. Y la única pelea que estuvo a punto de suceder: entre coreanos (del sur, obviamente) y algunos latinos, luego de la victoria de México contra Corea del Sur. Yo, que desde hacía tiempo había desterrado, especialmente de mis preferencias deportivas, la noción política de “unidad latinoamericana”, tenía por favorito a Francia (de hecho lo había tenido desde el mundial de 1982), muy en contra de la mayoría, (y no sólo latina) que en la final apoyaba a Brasil y que nunca entendió por qué, siendo yo latino, no torcía por el equipo sudamericano.

1998 fue la primera copa mundial en que participó Japón y había gran exaltación, sobre todo porque la Japan League se había inaugurado apenas en 1993. Para el escenario internacional, la selección japonesa es conocida actualmente como la "Samurai Blue", sus seguidores como Ultra Nippon y su himno (o más bien su martinete) como Vamos! Nippon (pronunciado "Bamo Nippon"). Desconozco el motivo de ese vocablo en español dentro del himno, y únicamente supongo que tenga algo que ver con la pasión japonesa por la selección argentina.

viernes, 11 de junio de 2010

Trío “Ros Panchos”


El disco, cuya portada ilustra este post, lo adquirí hace más de diez años en uno de los pasillos de esa profunda y enorme ciudad que es la estación de Shinjuku. No lo hice por la música del famoso trío, de la cual el disco no es más que un habitual compendio de éxitos, sino por el sorprendente error en la escritura del nombre del grupo musical hispanoamericano de más fama en Japón, así como por los "gazapos" en algunos de sus títulos. Comprado por unos pocos yenes en una mesa donde se amontonaban muchas otras grabaciones, si bien de calidad, ya “pasadas de moda”, he dado en pensar que el equívoco se debió, más que a la ausencia de la letra ele o de algunos otros fonemas del español en la pronunciación japonesa, a la indolencia de una producción (o reproducción) barata destinada al mercado nacional.


En la primera mitad de la década del sesenta, Los Panchos hicieron giras a Japón y grabaron un par de discos con temas japoneses -algunos compuestos por autores del país- y donde, en ocasiones, cantan en japonés. Se suman en ello, y por la misma época, al dúo Los Compadres. De los varios videos que al respecto pueden encontrarse en Youtube, comparto aquí “Se llama Fujiyama” y “Estoy llorando” (este último, una mezcla de enka con fraseos de estereotipada música “oriental”). No es, por supuesto, ni lo más conocido ni, mucho menos, lo mejorcito de Los Panchos, pero tanto éstas como otras canciones del mencionado repertorio fueron todo un éxito en Japón, añadiéndose al que el histórico trío ya se adjudicaba de por sí.



viernes, 4 de junio de 2010

Presentación del olvido. Agradecimientos


Agradezco, con gran cariño, a todos los que estuvieron, de un modo u otro, al tanto de la presentación del libro; muy especialmente a los amigos que asistieron (o que me visitaron posteriormente), así como a los que, sin conocernos en persona, tuvieron la gentileza de comunicarse conmigo. Y, por supuesto, a Enrique del Risco, quien ideara esa magnífica velada en la Universidad de New York, y a quien también agradezco sus palabras para la contraportada. También a Margarita García Alonso y a Juan Carlos Recio por sus muy amables posts -que aquí enlazo- desde los que he podido, igualmente, reencontrarme con otros buenos y viejos amigos.

En cuanto a la edición, quiero agradecer de modo muy particular a la excelente artista cubana Sandra Ramos, por su obra para la portada, a Antonio Orlando Rodriguez y a Daína Chaviano por sus muy gentiles palabras (en compañía de las de Enrique del Risco y de las que la crítica literaria canaria Alicia Llarena escribiera hace ya más de veinte años) y a los editores de Malecón, Andrés Pi y Radamés Molina por su insistencia en la publicacion de este libro.

¡Un gran abrazo a todos!