martes, 22 de junio de 2010

Tokonoma


¿Qué cosa es el tokonoma? me preguntaban insistentemente, en Cuba hacia la segunda mitad de los años ochenta, mis amigos escritores. El motivo no era otro que la mención del término en el poema de José Lezama Lima “El pabellón del vacío”; aunque la causa, más allá de mi estudio de esos temas, era la escasísima bibliografía sobre cultura japonesa en las bibliotecas de la isla y, en general, sobre la del Este de Asia; nula, podría decirse, si la remitimos a todo lo que de cultura visual y material se había generado en esas áreas culturales desde el período moderno.

Tanto por la relación espacial como por la noción de vacío, en el poema, Lezama considera el tokonoma a partir únicamente de su carácter de vano u hornacina, muy probablemente dentro del espacio de la “casa del té” (chashitsu) y, acaso, dentro del propio ambiente de la “ceremonia del té” (chanoyu), ambos íntimamente asociados con el budismo zen; la uña horada la pared, la mesa, un papel de seda, el borde de una taza, el cielo; abre un nicho diminuto que pasa de ser ese pequeño vacío donde imaginamos refugiarnos de lo que nos rodea, de nosotros mismos, o con nuestro gozo, para convertirse en otro vacío mayor donde todo cabe, se desdobla y se asienta.

Aunque esta sublimación del tokonoma (que no es necesariamente un espacio mínimo, ni representa estrictamente lo insondable del vacío) no haya que discurrirla más allá de su excelencia poética, probablemente en su trasfondo estén lecturas como El libro de té, de Okakura Kakuzō, cuya traducción popularizara el tema en occidente, y que, junto al Bushido de Inazo Nitobe, fuera uno de los pilares para el imaginario moderno y esencialista de un Japón tradicional, apriorísticamente homogeneizado, estilizado y mitificado en reticencia samurái y en cordura zen.

Intentando responder con este post a un lector de este blog, he tenido la idea de publicar algunos poemas cubanos relacionados con Japón. Comienzo, pues, con “El pabellón del vacío”, de José Lezama Lima (Fragmentos a su imán, 1977) y con “Fuga del tokonoma”, de Félix Lizárraga (A la manera de Arcimboldo, 1999), un hermoso homenaje al poema y al poeta. El primero aparece en José Lezama Lima. Poesía completa. Letras cubanas, 1994, y el segundo en A la manera de Arcimboldo, Ediciones de Afuera, 2005. La foto que encabeza este post la tomé en julio del 2009 en el complejo del Rokuon ji (donde se encuentra el famoso Kinkakuji, el Pabellón de Oro de la novela de Yukio Mishima). En el extremo derecho puede verse el tokonoma, en cuyo fondo cuelga un kakemono; la apariencia de pared rasgada que le antecede –acaso similar a esa pared raspada por la uña en el poema de Lezama- no es más que un tronco irregular dispuesto como límite del muro.

El pabellón del vacío
José Lezama Lima

Voy con el tornillo
preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.

Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.

Tener cerca de lo que nos rodea
y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.

El principio se une con el tokonoma,
en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
evaporo el otro que sigue caminando.

Fuga del tokonoma
Félix Lizárraga.

El hombre viejo araña la cal de un muro aún más viejo.
La cal se rompe con un débil chasquido polvoriento.
El hombre viejo sigue arañando como si nadara, se vuelve en el
reverso de sus uñas un pez de oro sonámbulo, se fuga en los
espejos de la pleamar.
Los labios (¿del pez, del viejo?) murmuran una frase mordida,
«El tokonoma».
El espejo del muro le devuelve otro rostro en las espumas de la
cal que se deshace.
El pez navega soñando, majestuoso, una galera con las velas de
púrpura.
Las uñas van ahondando.
La reina va tendida entre la concha de las púrpuras, que olvidan
sus reflejos en la carne bruñida de un joven faunecillo.
El pez ondula el oro absorto de su fuga.
Las uñas van ahondando, deshaciendo la cal del muro.
El faunecillo sostiene en las dos manos un espejo de bronce.
Las uñas van ahondando.
La reina ríe, entreabre los muslos, largas cintas de seda que se
enroscan.
Las uñas en la cal.
La seda de los muslos se entreabre sobre el bronce bruñido.
Penetra el pececillo las espumas purpúreas.
Las uñas acarician el bruñido del fauno, espejo absorto, cal en fuga, oro que se deshace.
Los labios (unos labios) murmuran una frase mordida,"El tokonoma".
A los pies del hombre viejo, arañando la cal de un muro aún más viejo, cae un espejo de bronce con un débil chasquido polvoriento.
En su reverso, un pez, una galera, un faunecillo de oro en fuga.

1 comentario:

  1. Excelente introducción al poema, así como bien escrita y aclarativa definición del término tokomona... Blogs como éste son dignos de ser visitados. Gracias!!!!

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