domingo, 3 de enero de 2010

Oro


En el prólogo a Cultura Visual en Japón. Once estudios iberoamericanos, Amaury y yo aludíamos a la pertinacia con la que, incluso en ciertos ámbitos universitarios, se nos exige a quienes trabajamos sobre áreas culturales no occidentales, o bien poseer un conocimiento enciclopédico sobre cualquiera de la culturas de la región, o bien confirmar los imaginarios que los interesados tienen sobre ellas. La dificultad de enterarles que una especialización no es una versión de Wikipedia y que atiende por igual a intereses personales del investigador, va frecuentemente aunada con la reticencia de los propios (en apariencia) interesados para colaborar y aprender en la búsqueda de sus respuestas. Aunque tal vez más adelante cuente algunas anécdotas al respecto, el tema lo traigo a colación por un fragmento de la novela Oro, de Dan Rhodes (Madrid, Alfaguara, 2008, pp. 23-24), donde la protagonista, hija de galesa y japonés y de rasgos casi completamente japoneses, que apenas ha vivido en Japón y desconoce tanto el país como el idioma, es asediada con las preguntas más disimiles sobre la cultura nipona. Su solución fue sencilla: fingir el personaje que le asignaban y comenzar a indagar sobre Japón y luego sobre el resto de Asia, pues también le inquirían de ello. Copio aquí parte de este fragmento, que también podría ser problematizado en otro sentido totalmente ajeno a la trama de la novela: el de la discriminación en Japón de los descendientes de japoneses que han nacido y crecido en otros países.

(…) Empezó a ver pelìculas de arte y ensayo, filmes de terror y animación y documentales de televisión sobre la vida en Tokio, las geishas y las secuelas de Hiroshima. Se llevó guias de viaje y libros ilustrados en préstamo de la biblioteca y le pidió cómics de manga a su madre por Navidad, y leyó obras de Haruki Murakami, Yukio Mishima y Banana Yoshimoto. Acabó por acumular unos conocimientos bastante amplios y hasta descubrió que su prolongada y cuidadosamente cultivada indiferencia hacia el país se había visto remplazada por un genuino y moderado interés, de manera que cuando la gente le hacía preguntas sobre cosas relacionadas con Japón ya no gastaba energías en sentirse ofendida, sino que la abrumaba en cambio con información histórica. (…)

Puesto que la curiosidad de la gente no se detenía en aguas jurisdiccionales japonesas, hizo acopio de datos triviales sobre el este de Asia, que distribuía con despreocupada generosidad (…) Cuando la gente le preguntaba,como hacía a menudo, si era cierto que en las máquinas expendedoras del metro de Tokio podían comprarse bragas de colegialas usadas, les decía que se largaran y que no volvieran hasta tener una pregunta sensata que hacerle (…)

2 comentarios:

  1. Emilio, y pudiera parecer exageración, pero esto a veces llega mucho más allá. Yo he experimentado casos de círculos académicos (me reservo el detalle de cuáles) que consideran que alguien por el hecho de ser japonés no sólo posee mayor información sobre cualquier cosa relacionada con Japón, sino que (como si estuviera regido por la genética) validan de manera sobredimensionada cualquier análisis o argumento que salga de su boca o pluma, desconociendo, ignorando o deshechando brutalmente otras opiniones especializadas (y mejor sustentadas) de colegas no japoneses.
    Como tu también sabes, esto igualmente es común en Japón, donde muchas veces algo no es válido hasta que no lo diga algún japonés...

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  2. No, para nada es una exageración; y, efectivamente, la cosa va para los dos lados. Y bueno, también se extiende. Una amiga común, japonesa, que se especializa en México sobre cultura maya me contaba que en Japón siempre le preguntaban que por qué no iba a estudiar eso a los Estados Unidos.

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