(Sin relación con el tema de este blog)
A la respuesta transcripta en el post anterior hay que sumar las dadas a otras preguntas sobre apertura
económica y política, oposición política y falta de libertades, mejoras en el
país, y aprendizaje del gobierno cubano de los procesos políticos latinoamericanos.
Respuestas que conducen al lazo de un
discurso muy conocido y que puede resumirse de la siguiente manera:
1) El ser cubano posee varias
características esenciales: a) querer lograrlo todo a la mayor brevedad aunque
sepa que no siempre es posible, b) estar tratando de buscar soluciones a los
problemas; c) ser valientes y arrestados [sic] y d) decir lo que piensa
dondequiera que esté.
2) En Cuba hay apertura económica,
política, social en todos los aspectos, y el gobierno (“nosotros”) considera
“la opinión de los cubanos patriotas, aquellos que realmente quieren lograr lo
mejor para su país y hacer las cosas para bien” y no, por supuesto, la de
aquellos “que se prestan al juego del enemigo” que están pagados por potencias
extranjeras, sobre todo por los Estados Unidos, y que quieren “promover el
deterioro del sistema político, y la situación social, de llamar la atención
para buscar que otros países hostilicen sus relaciones con Cuba y justificar un
motivo de agresión como sucedió en Libia”
3) El gobierno “consulta a toda la
población para fijar las líneas estratégicas de la nación en los próximos años”
y las mejoras las hace “a tenor con lo que quiere la inmensa mayoría del pueblo
cubano, esa inmensa mayoría de que en cualquier proceso electoral vota por
encima del noventa por ciento y participan más del noventa por ciento”; los
logros y las proyecciones que traza el gobierno (“trazamos”) “están trazadas y
consensuadas con el pueblo cubano en general” y con seguridad esas mejoras van
a lograrse “como hemos demostrado en cincuenta años que cuando nos proponemos
algo lo logramos”.
De lo que se concluye que el noventa
por ciento de los cubanos ha dado su anuencia para, por ejemplo, carecer del
derecho de salir de Cuba (o de entrar a Cuba) cuando les parezca; no tener libre
acceso a la información y a Internet; o estar dirigidos por un partido único y
un gobierno único (liderado por una familia única) por más de cincuenta años; una
eternidad que algunos no dudarán en asumir como otro de los logros de la
revolución (nunca como totalitarismo) dado que, tal como diría el comediante argentino
Tato Bores, cuando los presidentes son elegidos democráticamente duran muy poco.
Sí las respuestas del entrevistado merecen
la pena atenderse es, precisamente, porque resultan un magnífico ejemplo de respuestas enlatadas, un resumen de los estereotipos
del discurso gubernamental cubano, pero, especialmente, de sus mecanismos (aquí
muy visibles en sus costuras) de negación, digresión, manipulación y reversión de
cuestionamientos, sin importar si la respuesta es creíble o no. (Al fin y al
cabo, al igual que a las sectas religiosas, al gobierno le importan menos las
críticas a su impostura -que apenas habrán de conocerse en la isla- que aumentar
el número de adeptos como repetidores). Es, por supuesto, inútil preguntarse si los
dirigentes del gobierno cubano se creen de verdad sus propias respuestas o sólo
las usan como mecanismo de propaganda.
El primer video a continuación es el
de la entrevista. El segundo sólo un ejemplo reciente de lo que ocurre cuando el “ser cubano” (en Cuba) decide poner en práctica una de sus, según el entrevistado,
características esenciales: decir lo que piensa dondequiera que esté, y cuando esto
que piensa no le place al gobierno cubano. Hay, por cierto, otro buen ejemplo cotidiano
que desmitifica esta fábula antropológica y política del entrevistado: todos
aquellos emigrados de la isla que, a pesar de su divergencia política con el
castrismo, o la revolución, se siguen “portando bien” con el gobierno cubano por temor a perder el permiso que ese gobierno les otorga para visitar Cuba; o lo que es lo mismo: para entrar a su país natal.
Lo demás parece resumirse en la siguiente reflexión de Rafael Rojas: En estas últimas
revoluciones comunistas [la rusa, la china, la cubana], la promulgación y
aplicación de la nueva Constitución, que dotará de legitimidad a los nuevos
actores políticos, debe apelar a formas centralizadas, plebiscitarias,
carismáticas o limitadas de la representación política en las que lo legítimo
queda circunscrito a lo estatal y se afirma frente a un conjunto de sujetos
ilegítimos, englobados bajo rótulos como “contrarrevolución”, “enemigos del
pueblo” o “traidores a la patria”.(*)
Rafael Rojas. “Legitimidad e historia en Cuba”. Rafael Rojas; Uva de Aragón; et. al. El otro paredón. Asesinatos de la reputación en Cuba, Eriginal
Books LLC, Miami, 2012 (2da. Ed), pp. 33-47 (p. 34).