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martes, 27 de octubre de 2009

Machito y Graciela en Japón

“El japonés se adelantó con su cámara fotográfica, se agachó y sacó dos, tres cuatro fotos, en rápida sucesión”. Así concluye El bebé de Rosemary, de Ira Levin. En la versión cinematográfica de Polanski (1968), entre adoradores del diablo de todo el mundo, el japonés se destaca menos por ser japonés que por su cámara fotográfica. En la escena final de Nuestro hombre en La Habana (Carol Reed, 1959), el protagonista toma en sus manos un carro de juguete, un arma o nave futurista de diseño muy similar al que ideara a partir de una aspiradora, para descubrir la etiqueta Made in Japan.

Pasada la posguerra, las señales (y los estereotipos) de Japón como imagen de futuro fueron sucediéndose a través de una tecnología hacia lo diminuto que tal parecía querer verificar de modo inmediato los postulados de Richard Feynman en su famoso discurso de 1959 “Hay muchas habitaciones en el fondo”, una clara alusión del futuro Premio Nobel de Física -compartido, por cierto, con el japonés Tomonaga Shin’ichiro- a las posibilidades de la microtecnología en una época marcada por la carrera espacial. Si durante el período de ocupación norteamericana de Japón, los antropólogos occidentales y los artistas (todavía no los historiadores, ni los sociólogos) se interesaban por la “esencia” y la “tradición” de lo japonés, al menos para el lustro previo a los Juegos Olímpicos de Tokio, en 1964, los futuros imaginarios de Japón ya estaban claros (manga incluido, aunque inadvertido aún para occidente). Luego, el posmodernismo, necesitado de ejemplos, vería en Japón su comodín: el templo colindante al rascacielos, las damas en kimono viajando en shinkansen. Postales. En 1960, el presentador de un programa de la televisión japonesa le pregunta a Graciela y a Machito qué piensan comprar en Japón. Graciela quiere seda; Machito, una cámara fotográfica “naturalmente”, y una grabadora. El fragmento aparece del minuto 07:23 al 07: 34. La música de Machito va, por supuesto, recomendada.